miércoles, 3 de noviembre de 2010

Hildegard Carradini

          Nos movemos en un mundo competitivo, constantemente buscamos la manera de mejorar las cosas, cambiar nuestro estilo de vida y en general, tratar de ser mejor que los demás.

          El espíritu de competencia está presente en todos nosotros quizá como un factor que ha ayudado a nuestra evolución y perfeccionamiento, eliminando de manera natural aquellos individuos que no presentan las condiciones adecuadas para sembrar la semilla de las nuevas generaciones.

          Este tipo de competencia es fácil de percibir en el ámbito deportivo. Un derroche de fuerza, agilidad o destreza es la constante en cualquier competencia deportiva, sin embargo hoy nos movemos un mundo donde la información, su uso y la capacidad de análisis juegan un papel muy importante. Una sociedad del conocimiento.

           Es allí donde se presenta el fenómeno donde los individuos aún siguen compitiendo, pero esta vez por demostrar quién es el más inteligente, el que inventa mejores soluciones... el que más sabe.
Aunque en el aprendizaje no es tan común ver este tipo de competencia sí es muy común el encontrar como algún estudiante que conoce un tema determinado o sabe algunos trucos importantes para agilizar determinada tarea le cuesta dificultad compartirlos con los demás, o en su defecto, segmenta a aquellos a quienes desea transmitir ese conocimiento depositándolo por ejemplo en algunos de sus amigos o grupo de estudio. En este último caso, también presente el espíritu de competencia (puede que inconsciente) buscando su reconocimiento entre los compañeros.

          Es allí donde los formadores (educadores) debemos intervenir y enseñar a nuestros estudiantes la importancia de compartir entre ellos, de ser competitivos como equipo y de no dejar atrás a nadie. A diario en el desarrollo de nuestras labores compartimos lo que sabemos con aquellos que atentamente toman nota de lo que decimos, sin embargo, en pocas ocasiones nos preocupamos por entregar algo más que los contenidos, pocas veces nos preocupamos por generar en los estudiantes el espíritu de compartir con otros lo que se sabe y ayudar a construir conocimiento de manera conjunta.

          El aprendizaje colaborativo permite que los compañeros conformen una verdadera comunidad de estudio, compartiendo ideas y debatiendo objetivamente. Se busca que ellos mismos provean soluciones mas no darlas y sobretodo ayudar a la interacción entre ellos sabiendo hacer y también ser.

          Es mejor inculcar en ellos el que una acción individual es difícil que trascienda, mientras que un esfuerzo grupal y el desarrollo de acciones conjuntas y enfocadas a un fin común alcanzan fácilmente el éxito.
Como docentes pues, estamos invitados a formar y crear el entorno adecuado para que nuestros estudiantes logren un aprendizaje colaborativo, desarrollando actitudes y valores en equipo, ayudando al aprendizaje conjunto y no individual, siendo líderes que busquen el reconocimiento grupal. 

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